El caso es que me invitan a participar en la clausura de un congreso y allá que me voy, encantada de la vida. Vuelvo más encantada todavía porque el congreso me permite compartir mantel y sobremesa con un conocidísimo humorista gráfico, padre de Mariano, Concha y los náufragos; un periodista, escritor, crítico y ahora cineasta que durante muchos, muchos años, ha dirigido la sección de cultura del periódico más vendido en este país y la directora-presentadora de un magazine de fin de semana en la cadena de radio de mayor audiencia. Comiendo con ellos lo paso francamente bien. Son amables, cercanos, cariñosos... todos ellos tienen la edad de mis padres y una carrera profesional apabullante, repleta de reconocimientos y basada en la solidez y el trabajo. Y son tan humildes como para coincidir en que cada día hay que empezar a pelear todo de nuevo y que siempre, de todo y de todos, se aprende algo.
Sin poder evitarlo, los comparo con un gurú de las redes sociales con el que, en apenas seis meses, coincidí cuatro veces. El tipo, creador de una red en internet para jóvenes aparecía como invitado estrella en varias jornadas, congresos y seminarios y tuvo las narices de contar exactamente lo mismo las cuatro veces que pude escucharlo, repitiendo, incluso, el power point. Volví a encontrarlo hace pocas semanas en Madrid, pero no en la jornada sobre contenidos digitales a la que yo asistía, sino tomando un café en el Starbuck junto al hotel. Ahora que lo pienso, este año no se prodiga demasiado. Famosos de un día.
Al volver en el tren me acuerdo de como era esto hace unos años, cuando acudir a un curso a Madrid o Barcelona suponía, al menos, un par de noches de hotel. Durante muchos años, mi anterior empresa alojaba a los empleados en un hotel enorme, tipo soviético, con cientos de habitaciones, en el que los congresistas entraban y salían solos o acompañados. Discreción absoluta. Al cambiar la dirección de la empresa, buscó un hotel más céntrico y moderno. Aquel cambio provocó tantas protestas que tuvo que dar marcha atrás y volver al genuino "hotel de los líos".
Casualidades de la vida, mientras estoy en el congreso, recibo un correo electrónico de un profesor de la Universidad con el que he seguido manteniendo relación a lo largo del tiempo. Viene a dar una conferencia y propone que nos veamos. Como yo no se cuando vuelvo y él no sabe cuando llega, quedamos en que me llama a lo largo del fin de semana. El lunes me doy cuenta de que no ha dado señales de vida y no puedo menos que preguntarme si la ponencia le dejó agotado o quizá encontró otras cosas que hacer una vez terminaban las sesiones. Al fin y al cabo, es primavera.
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