Al final, me fui a Londres con las amigas del curro. Con un billete de Ryanair de 40€ ida/vuelta, con el hotel más tirao de Bloomsbury, con la maleta vacía para arrasar en las rebajas, con una pirueta absurda porque el vuelo no salió por la niebla, con la mala conciencia de largarme en este momento, casi sin haber deshecho aún la maleta de Bélgica.... Al final, me fui a Londres con las amigas del curro. Y volamos a pesar de la niebla, compramos ropa y zapatos, turisteamos, nos apretamos en una sola habitación, nos reímos muchísimo, bebimos cerveza y descubrimos que las cuatro compartíamos algo de lo que muy pocas veces se habla: un tiempo de descuento relativamente largo en historias de amor finiquitadas.
Entre dos y cinco años parecía ser la media (muy poco científica, solo éramos cuatro) de arrastre de relaciones terminadas. Meses y meses sosteniendo una situación con la conciencia absoluta de que aquello no tenía vuelta atrás y que era cuestión de tiempo coger las maletas y salir corriendo. "Porque me daba pena" "Porque me jodía que al final, todo se fuera a la mierda" "Porque en el fondo, me gustaba esa vida" "Por pereza, por no empezar de nuevo" "Porque todo era tan complicado"...
Y así, esperando que la vida resolviera la papeleta, que pasara algo que desencadenara el final. Coincidimos en que en el fondo tuvimos suerte, porque ¿y si no hubiera llegado? ¿Seguiríamos esperando? Posiblemente si.