lunes, 14 de marzo de 2011
DIVORCIO EN DIRECTO
"Vale que no me quieras, pero al menos no intentes joderme". Textualmente, a la una de la madrugada del viernes al sábado, tras más de dos horas de discusión y con mi queridísismo y yo paralizados al otro lado del tabique, escuchando, sin poder evitarlo, como un matrimonio se va a hacer puñetas.
No creo que ninguno de los dos llegue a los cuarenta. Tiene un coche familiar enorme que aparcan justo a nuestro lado, un cocker negro gordo de no salir apenas a correr por ahí y tres niños pequeños, de entre uno y cuatro años. Ella es ama de casa y él trabaja a horas raras. A pesar de tener una terraza tan grande como la nuestra, jamás salen a disfrutarla y desde que somos vecinos, hará como unos seis meses, habremos cruzado tres o cuatro frases. De hecho, ahora que lo pienso, creo que el viernes fue la primera vez que la oí hablar a ella. Bueno, más que hablar, gritar. Tanto, que se oía sin esfuerzo a través del tabique tapizado además por una estantería atestada de libros. Durante casi dos horas reproches, preguntas e incluso cuentas de futuro. Y si nosotros los escuchábamos así... como estarían oyéndolo los niños en la misma casa?
"¿Que quieres? ¿Que te diga que voy a intentarlo de nuevo? ¿Para que? ¿Para que en un par de meses volvamos a estar otra vez igual?"
El caso es que siempre que me encuentro con una situación así no dejo de preguntarme lo mismo: ¿como puede el amor agotarse hasta ese punto? Si dos personas se han querido como para tener tres hijos y un perro juntos,¿de verdad no lo vieron venir? ¿no pudieron hacer nada?
Hay quien dice que las historias de amor mueren por tres motivos: por agotamiento, cuando los años se estiran y las personas comienzan a andar por caminos divergentes, por decepción, cuando el príncipe azul comienza a desteñir y poco a poco se convierte en rana y por muerte súbita, cuando de repente te encuentras con una realidad absolutamente inesperada y que te abre los ojos de golpe y porrazo.
Hay una cuarta, quizá la peor, por envenenamiento, cuando el resentimiento se acumula años y años y uno ya no solo deja de querer a su pareja sino que además, como decía esa noche mi vecino, busca de todas las formas posibles, la manera de joderle. Y lo joderá, sin duda. A él, a los niños, a ella misma y hasta al perro si me apuras. El amor a veces es una mierda, pero ¿que se puede esperar de algo que es absolutamente irracional, que depende de miles de variables incontrolables y que además, nos exige tanto esfuerzo a lo largo de toda la vida? Eso sí es un milagro y no el andar sobre las aguas del Mar Muerto.
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2 comentarios:
Andar sobre las aguas del mar Muerto es fácil, la primera vez casi me ahogo pero cuando le coges el tranquillo está chupao.
En cambio el amor…eso sí que es complicado. Me he enamorado locamente como unas veinte veces y me ahogo siempre.
Será que no sé nadar. O amar, yo qué sé.
El agotamiento y la decepción supongo que envenenan el amor.
Yo lo dejaría en dos motivos, muerte súbita y envenenamiento.
El amor NO es una mierda. Como dice mi amigo Jo, en este punto, lo que toca es compartir el desamor, sin gritos ni reproches, y cada uno a su vida.
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