lunes, 5 de noviembre de 2012

LA BOLA DE CRISTAL



Cuando yo era cría y jugaba con muñecas (la Nancy, cuando aún tenía la cabeza gorda), estaba convencida de que a los 26 años mi vida estaría completa. Tendría un trabajo fantástico, un novio alto y moreno como Lucas, una familia y una casa...

Cuando cumplí 26 años tenía un trabajo precario y un monton de dudas sobre mi vida amorosa. Vivía de alquiler en un piso compartido, andaba de arriba a abajo del mapa en autobús y con la maleta siempre a cuestas y desde luego, no tenía ninguna intención de tener mi propia familia. Entonces, mi horizonte estaba en los 35.

En los años trascurridos desde los 26 e incluso los 36, he cambiado varias veces de ciudad, de trabajo, de pareja y de vida. Y aunque las cosas que de verdad importan se han ido aclarando, sigo siendo incapaz de imaginar como será mi futuro muchos años más allá. Y no se si es cosa mía (que soy rara) pero los 45 me parecen aún lejanísimos y aunque Mariano ya ha dejado claro que curraremos hasta los 70 pienso que de aquí a entonces aún tienen que pasar muchisimas cosas más.

Estos días que los gurús de la autoayuda y la felicidad de libro con Punset al frente publican decálogos para aquellos que temen al futuro, me viene a la cabeza las imágenes de aquellos búnkeres que algunos visionarios norteamericanos se hicieron construir en los años 60 por si los soviéticos atacaban. Ratoneras humanas repletas de bidones de agua, latas de sopas Campbell y máscaras anti-gas. Ahora, un documental en National Geographic, muestra cada semana como algunos norteamericanos están recuperando esos búnkeres y los preparan para un futuro estilo La Carretera de McCarthy. Y uno los mira y siente casi más miedo de ellos que de ese futuro terrible que esperan ver llegar.

Es mal día hoy para hablar de futuro. Hoy que las cifras del paro nos han vuelto a dar una hostia monumental justo después de un puente en el que, de nuevo e inexplicablemente, los destinos turísticos y los centros comerciales han estado a reventar. Mal dia hoy para imaginar un futuro e intentar hacerlo sin miedo. No a una hecatombe planetaria, sino a la hecatombe personal de perder el trabajo, de sufrir cualquier enfermedad grave, de que las cosas cambien y cambien para mal. Es raro llegar a una edad en la que a veces, en días como hoy, empiezas a conocer lo que es sentir el miedo a un futuro que está por llegar.






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