Al final, esta tarde me he quedado en casa. Despues de arrastrar la infección de garganta y oídos durante el fin de semana y de dar cabezadas frente al ordenador toda la mañana, he claudicado. Y no se si serán los antibióticos que llevo días tomando o la perspectiva de tener toda la tarde libre por delante, pero a las cinco ya no me dolía nada. Y desde entonces hasta ahora he mandado una docena de correos de trabajo, he ordenado el armario, he visto siete veces la misma noticia sobre Bagdad en CNN, me he pintado las uñas, he leído todos los suplementos del fin de semana y me he comido una manzana, cinco nueces y un colacao. Y cuento los minutos para que FHMP vuelva a casa y tener a alguien con quien hablar.
Cuanto más vieja me hago más me mosquea comprobar como el tiempo juega a su antojo con nosotros. O al menos, yo creo que lo hace conmigo. Me muero por tener una tarde libre para mi, sin tener que salir corriendo a ninguna parte y cuando llega, me sobran horas por todas partes. Suena el despertador cada día a las seis y media y mataría por tener una hora más de cama para poder dormir. Los sábados y domingos soy incapaz de aguantar más allá de las siete.
Supongo que en realidad todo esto no deja de ser una muestra más de ese juego de poleas que hace que nuestras vidas se muevan. Deseamos que algo llegue y cuando llega, ya estamos mirando más alla. Somos como el burro en la noria tras la zanahoria. Hacemos que el tiempo pase para alcanzar algo y cuando llega, lo hemos dejado de desear.
Sin embargo sucede que a veces el tiempo se rompe y uno consigue flotar. Y da igual la hora, el día, incluso el lugar, porque lo único que quieres es estar donde estás, como estás, con quien estás. A veces, hay suerte y puedes flotar un buen rato. Otras veces es solo un instante, el instante justo en que el tiempo y tu por fin os poneis de acuerdo. A veces, sucede.
1 comentario:
Que razón tienes, la felicidad es cuestión de pequeños segundos, que sumados al final, hacen que una vida, pueda recordarse como feliz. Pandora.
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