Coincido por casualidad con un alto cargo del gobierno con una carrera fulgurante en Asuntos Sociales y no se como ni por qué, termina contándome como echa de menos sus inicios, aquellos años de trabajo de calle entre drogadictos y prostitutas. Me cuenta que a veces el despacho se le cae encima, pero que un par de veces que se ha animado a acercarse a cualquiera de los centros en los que empezó y que hoy gestiona, lo miran como algo molesto que viene solo a fiscalizar.
Yo sonrio, asiento y le cuento mi teoría del tornado que nos atrapa y nos lanza hacia arriba y él reconoce que últimamente son muchos los días en que se siente así.
Al final, no me atrevo a preguntarle si sería capaz de dejarlo todo y volver atrás. Tampoco se si él se atrevería a responderme de veras.
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