Lo mío con Soria no deja de ser curioso. Mientras duró mi historia con un malagueño me recorrí la provincia entera, hasta los pueblos más pequeños. Desde que comparto mi vida con un soriano (y va para dos años) no había vuelto a pisar Castilla. Hasta este fin de semana.
Soria es uno de esos lugares en el mundo a los que es mejor llegar sin esperar nada. Así, la impresión brutal de una tarde de verano en el castillo de Gormáz o un rato a solas en San Baudelio de Berlanga te acompaña para siempre.
Soria tiene pueblos casi vacíos cargados de iglesias. Tiene carreteras infames que, supongo, nadie espera arreglar nunca, ríos abrazados por pinares y choperas y tardes de campos borrosos en invierno. Tiene sobre todo tiempo, el que le pesa en la espalda en forma de historia y el que discurre lento en el día a día.
Soria es uno de esos lugares en el mundo a los que es mejor llegar sin esperar nada. Así, la impresión brutal de una tarde de verano en el castillo de Gormáz o un rato a solas en San Baudelio de Berlanga te acompaña para siempre.
Soria tiene pueblos casi vacíos cargados de iglesias. Tiene carreteras infames que, supongo, nadie espera arreglar nunca, ríos abrazados por pinares y choperas y tardes de campos borrosos en invierno. Tiene sobre todo tiempo, el que le pesa en la espalda en forma de historia y el que discurre lento en el día a día.
Soria es uno de esos sitios a los que o se va de propio o no se va. Pero ir, merece la pena.
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