Manda huevos que lleve tantos años dedicándome a esto y que sea justo ahora, a mi edad, cuando por fin sucumba a los encantos de Digital+. No es cachondeo. Desde que FHMP mudó su aparatito a mi casa nueva, mi vida ha cambiado. Se acabó el perder el tiempo zapeando o esperando que empiece algo interesante, se acabó volver a ver otra vez más las mismas piezas de los informativos que llevo todo el día viendo en el despacho, se acabaron las series chorras españolas, los programas de corazón y los concursos de talentos, se acabó trasnochar esperando que termine una peli… Ahora veo lo que quiero, cuando quiero y con la certeza de que no me va a ocupar más de hora y media. Y si me gusta, puedo repetir.
El caso es que el viernes, a la hora de la siesta me vi de nuevo Fahrenheit 451, la versión de Truffaut del 66, y la volví a ver con la misma angustia e incertidumbre que la primera vez, cuando era una cría hace ya la tira de años. Por aquel entonces, ya debía haberme leído todo lo que había por casa y mi madre, con muy buen criterio, había dejado mi custodia a la salida del colegio a la biblioteca municipal. En aquellos años la biblioteca estaba ubicada en los bajos del ayuntamiento y un bibliotecario gordo y calvo vigilaba que los niños no traspasáramos la línea prohibida que separaba la zona infantil de la de adultos. A la que se despistaba, le pegábamos la vuelta. Y en esa lucha diaria por conseguir llegar a los libros “prohibidos”, vi por primera vez a Guy Montag subido a ese coche de bomberos y dedicado a quemar libros para mantener un sistema social de ciudadanos alienados y dirigidos a través de la televisión. La imagen de los libros escondidos en la tostadora, no se me olvidó nunca.
Años después en Barcelona, el CCCB presentó una exposición “TIRANÍA”, sobre la realidad cultural y social en Albania. El montaje tenía tres zonas, una dedicada al realismo socialista soviético con cuadros de pintores albaneses, una segunda que reproducía los búnqueres que jalonan las costas del país (se calcula que Enver Hoxha, llegó a construir setecientos mil) y una tercera sobre los libros prohibido por el régimen, el más duro y resistente a la apertura tras la caída de la Unión Soviética.
Ahí había una jaula enorme en la que colgaban los títulos que el gobierno de Hoxha había prohibido. Estaba, por supuesto El Quijote, y La Peste de Camus y el Ulises de Joyce, pero también “Cien años de soledad” o “Lolita”. Prácticamente todas la obras de referencia de la literatura occidental estaban encerradas en esa jaula.
Tampoco he conseguido olvidar esa exposición.
Quizá por eso el otro día, mientras veía a Montag pasear entre los hombres libro, me vino a la cabeza la jaula del CCCB. Porque la ficción de Ray Bradbury llegó a ser real en países como Albania y quien sabe si también, en los bosques de los alrededores de Tirana llegaron a vivir hombres libro que custodiaron en su cabeza textos que no querían olvidar.
¿Lo habéis pensado alguna vez? Si en una situación extrema tuvierais que salvar un solo libro… ¿Cuál sería?
El caso es que el viernes, a la hora de la siesta me vi de nuevo Fahrenheit 451, la versión de Truffaut del 66, y la volví a ver con la misma angustia e incertidumbre que la primera vez, cuando era una cría hace ya la tira de años. Por aquel entonces, ya debía haberme leído todo lo que había por casa y mi madre, con muy buen criterio, había dejado mi custodia a la salida del colegio a la biblioteca municipal. En aquellos años la biblioteca estaba ubicada en los bajos del ayuntamiento y un bibliotecario gordo y calvo vigilaba que los niños no traspasáramos la línea prohibida que separaba la zona infantil de la de adultos. A la que se despistaba, le pegábamos la vuelta. Y en esa lucha diaria por conseguir llegar a los libros “prohibidos”, vi por primera vez a Guy Montag subido a ese coche de bomberos y dedicado a quemar libros para mantener un sistema social de ciudadanos alienados y dirigidos a través de la televisión. La imagen de los libros escondidos en la tostadora, no se me olvidó nunca.
Años después en Barcelona, el CCCB presentó una exposición “TIRANÍA”, sobre la realidad cultural y social en Albania. El montaje tenía tres zonas, una dedicada al realismo socialista soviético con cuadros de pintores albaneses, una segunda que reproducía los búnqueres que jalonan las costas del país (se calcula que Enver Hoxha, llegó a construir setecientos mil) y una tercera sobre los libros prohibido por el régimen, el más duro y resistente a la apertura tras la caída de la Unión Soviética.
Ahí había una jaula enorme en la que colgaban los títulos que el gobierno de Hoxha había prohibido. Estaba, por supuesto El Quijote, y La Peste de Camus y el Ulises de Joyce, pero también “Cien años de soledad” o “Lolita”. Prácticamente todas la obras de referencia de la literatura occidental estaban encerradas en esa jaula.
Tampoco he conseguido olvidar esa exposición.
Quizá por eso el otro día, mientras veía a Montag pasear entre los hombres libro, me vino a la cabeza la jaula del CCCB. Porque la ficción de Ray Bradbury llegó a ser real en países como Albania y quien sabe si también, en los bosques de los alrededores de Tirana llegaron a vivir hombres libro que custodiaron en su cabeza textos que no querían olvidar.
¿Lo habéis pensado alguna vez? Si en una situación extrema tuvierais que salvar un solo libro… ¿Cuál sería?
3 comentarios:
No me extraña que Hoxha prohibiese el Ulises de Joyce. Menudo tostón...
Los cuentos de Las mil y una noches. Aunque el que parece que odia el Sr. Anónimo tampoco estaría mal preservarlo de las llamas.
me seria muy dificil elegir un solo libro que salvar, lo que se a ciencia cierta es que no tendria ninguna duda en quemar estos dos:la biblia y el coran
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