lunes, 9 de julio de 2012

SER MODERNO EN IBIZA


Antes de que se convirtiera en la copa de los modernos, antes incluso de que la Reina Madre se fuera al otro mundo macerada en alcohol y desde luego, mucho antes de que un camarero catalán con gafas de pasta viniera a repoblar el Pirineo, los viernes por la noche ya rematábamos la jugada en la Cadiera con unos gin-tonics como no he vuelto a beber en mi vida gracias a la buena mano de Fran. Jolube, Ana, decid si miento... Mi amiga Raquel tiene un máster en la materia e incluso mi queridísimo se me arranca los viernes que nos quedamos en casa con un copazo con su lima, su tónica pija, la cucharita retorcida y sus bolillas de enebro.

Por eso me hizo tanta gracia la clase magistral sobre ginebras y tónicas que el sujeto nos metió la otra noche en aquella terraza, dando a entender que no teníamos ni puta idea de lo que era un gin tonic. Pensándolo friamente tal vez la charla iba incluída en el precio y era un discurso general, porque si no, no se explica la referencia a  "Cuando vayais a Ibiza, a Pachá, os dareis cuenta..." Chaval, ¿pero tu nos has visto? Ibiza, y en concreto Pachá, con todos mis respetos está posiblemente en el penúltimo lugar de los sitios del mundo donde me iría de vacaciones. A no ser como bien apunto Pilar que vayamos dentro de treinta años con el Imserso, si es que aún existen el Imserso, los gin-tonics y Pachá.

Y es que esto de las modas es la leche. Hace un par de años, nos cocíamos a mojitos en París a las siete de la tarde por tres gordas mientras tomarte una cerveza te costaba más que el billete de avión. En la universidad, lo que molaba era el vodka con naranja y como no teníamos ni un duro, el vodka lo llevábamos en una petaca en el bolsillo de atrás del vaquero. Eso, por no hablar de aquellos mejunges con los que nos crujimos el estómago todos los que estudiamos en Salamanca (para nostálgicos, el caballo loco, el agua del nilo, las cucarachas...)

Ahora lo que mola es que en la copa floten cosas. Que si pétalos de rosa, que si rodajas de pepino, que si trocitos de fresa, que si leches en vinagre, todo para justificar la clavada que al final, lo pidas como lo pidas, te van a dar. La mayor de mi vida, sin embargo, fue precisamente con un gin-tonic en un hotel de moda en Madrid. Al tallo de la copa le habían endosado un platito con un trozo de sushi y de la copa, salía un palito con una nube de azucar de algodón como los que nos compraban en las ferias los abuelos cuando éramos críos. Eran las cuatro de la mañana de un jueves y mi estómago estaba como para comer pescado crudo. Luego, se puso peor. Cuando vi la cuenta. La broma, 27 euracos.