miércoles, 21 de noviembre de 2012

Desde abajo.





Creo que mi vecina del piso de enfrente se ha separado. Eso, o se ha cargado a ese marido canoso tan interesante, pero el caso es que llevo seis meses sin cruzarme con él, mientras ella me asombra cada mañana cuando coincidimos en el ascensor con sus estilismos de quinceañera. Igual es que no me había fijado mucho pero yo juraría que frente a las botas a medio muslo, los chalecos de peluche y las micro faldas que se calza ahora cualquier martes a las ocho de la mañana, antes gastaba pantalones lisos y mocasines planos.

Si el asunto se confirma, voy a empezar a preocuparme en serio. Y es que últimamente me llueven los divorcios alrededor. Compañeros de trabajo, cargos públicos, vecinos, amigos... es como si el ayuntamiento hubiera echado algo en el agua y todo el mundo andara revolucionado redecorando su vida, su armario y su cama.

Lo malo del asunto es que todas las rupturas que me rodean (y suman, si no he contado mal, nada menos que siete), son parejas con muchos años de convivencia, con hipotecada casi pagada, con hijos en el instituto o camino de la universidad. Y pienso que tiene que ser una putada que a esas alturas de tu vida de repente tengas que hacer borrón y cuanta nueva y empezar de cero. Una nueva vida. Desde abajo.

¿Por que se rompen parejas con más de diez o veinte años de convivencia? ¿Es por aburrimiento? ¿Por asfixia? ¿Por desgaste?.

Lo pienso y me cuesta creer que un dia, sin más, te levantes y sepas que has dejado de querer a la persona que tienes al lado. O puede que si, y que lo que ocurra en realidad es que las parejas raras no son las que rompen, sino las que disimulan y hacen como si no pasara nada solo para seguir juntos un tiempo más.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL SENTIDO DE LA VIDA




Llevo una semana rara. Una de esas en las que parece que todo el mundo está especialmente picajoso, con la vara esperando para sacudirte en la espalda y montarte un pollo por cualquier tontería. Una semana de esas en las que se confirma la máxima de que si algo puede salir mal, posiblemente saldrá mal. De esas en las que te levantas ya esperando una sucesión de pequeñas catástrofes y el día no hace más que confirmarte la sensación.

Pues una de esas tengo yo. Con un nudo de nervios permanente en el estómago, tomándome como algo personal hasta las cuentas de la Comisión Europea y eso que solo es miércoles.

Y en una semana como esta, ayer por la mañana, sobre las ocho menos veinte, mientras me pintaba el ojo, me dio por preguntarme que narices hacemos en este mundo. Porque hay épocas en las que la vida parece uno de esos paquetes de galletas que compras por probar, que no te gustan nada, pero que como no vas a tirarlas, no tienes más remedio que ir comiéndote una tras otra hasta que se acaba el paquete. Y se hace eterno. Igual que algunas semanas.

Doce horas después, cuando volvíamos paseando a casa le pregunté a mi queridísimo "¿Tu para que crees que venimos al mundo?" "Para ser contribuyentes", me dijo. Y se quedó tan pancho

MORALEJA. Hay cosas que es mejor ni pensarlas. Con suerte, la semana que viene vendrá de frente. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

LA BOLA DE CRISTAL



Cuando yo era cría y jugaba con muñecas (la Nancy, cuando aún tenía la cabeza gorda), estaba convencida de que a los 26 años mi vida estaría completa. Tendría un trabajo fantástico, un novio alto y moreno como Lucas, una familia y una casa...

Cuando cumplí 26 años tenía un trabajo precario y un monton de dudas sobre mi vida amorosa. Vivía de alquiler en un piso compartido, andaba de arriba a abajo del mapa en autobús y con la maleta siempre a cuestas y desde luego, no tenía ninguna intención de tener mi propia familia. Entonces, mi horizonte estaba en los 35.

En los años trascurridos desde los 26 e incluso los 36, he cambiado varias veces de ciudad, de trabajo, de pareja y de vida. Y aunque las cosas que de verdad importan se han ido aclarando, sigo siendo incapaz de imaginar como será mi futuro muchos años más allá. Y no se si es cosa mía (que soy rara) pero los 45 me parecen aún lejanísimos y aunque Mariano ya ha dejado claro que curraremos hasta los 70 pienso que de aquí a entonces aún tienen que pasar muchisimas cosas más.

Estos días que los gurús de la autoayuda y la felicidad de libro con Punset al frente publican decálogos para aquellos que temen al futuro, me viene a la cabeza las imágenes de aquellos búnkeres que algunos visionarios norteamericanos se hicieron construir en los años 60 por si los soviéticos atacaban. Ratoneras humanas repletas de bidones de agua, latas de sopas Campbell y máscaras anti-gas. Ahora, un documental en National Geographic, muestra cada semana como algunos norteamericanos están recuperando esos búnkeres y los preparan para un futuro estilo La Carretera de McCarthy. Y uno los mira y siente casi más miedo de ellos que de ese futuro terrible que esperan ver llegar.

Es mal día hoy para hablar de futuro. Hoy que las cifras del paro nos han vuelto a dar una hostia monumental justo después de un puente en el que, de nuevo e inexplicablemente, los destinos turísticos y los centros comerciales han estado a reventar. Mal dia hoy para imaginar un futuro e intentar hacerlo sin miedo. No a una hecatombe planetaria, sino a la hecatombe personal de perder el trabajo, de sufrir cualquier enfermedad grave, de que las cosas cambien y cambien para mal. Es raro llegar a una edad en la que a veces, en días como hoy, empiezas a conocer lo que es sentir el miedo a un futuro que está por llegar.