
Creo que mi vecina del piso de enfrente se ha separado. Eso, o se ha cargado a ese marido canoso tan interesante, pero el caso es que llevo seis meses sin cruzarme con él, mientras ella me asombra cada mañana cuando coincidimos en el ascensor con sus estilismos de quinceañera. Igual es que no me había fijado mucho pero yo juraría que frente a las botas a medio muslo, los chalecos de peluche y las micro faldas que se calza ahora cualquier martes a las ocho de la mañana, antes gastaba pantalones lisos y mocasines planos.
Si el asunto se confirma, voy a empezar a preocuparme en serio. Y es que últimamente me llueven los divorcios alrededor. Compañeros de trabajo, cargos públicos, vecinos, amigos... es como si el ayuntamiento hubiera echado algo en el agua y todo el mundo andara revolucionado redecorando su vida, su armario y su cama.
Lo malo del asunto es que todas las rupturas que me rodean (y suman, si no he contado mal, nada menos que siete), son parejas con muchos años de convivencia, con hipotecada casi pagada, con hijos en el instituto o camino de la universidad. Y pienso que tiene que ser una putada que a esas alturas de tu vida de repente tengas que hacer borrón y cuanta nueva y empezar de cero. Una nueva vida. Desde abajo.
¿Por que se rompen parejas con más de diez o veinte años de convivencia? ¿Es por aburrimiento? ¿Por asfixia? ¿Por desgaste?.
Lo pienso y me cuesta creer que un dia, sin más, te levantes y sepas que has dejado de querer a la persona que tienes al lado. O puede que si, y que lo que ocurra en realidad es que las parejas raras no son las que rompen, sino las que disimulan y hacen como si no pasara nada solo para seguir juntos un tiempo más.