domingo, 13 de febrero de 2011

LA MISMA PELICULA


Los amigos, esos que me quieren de verdad y siguen fielmente mi vida a a través del blog en esas épocas tontas en que nos vemos menos de lo que a cualquiera le gustaría, me reprochan que últimamente escribo poco. Es cierto. Por una parte, mi vida sigue tranquila y felíz gracias a mi queridísimo (aún me sorprende que no haya salido corriendo ya) y a las alegrías que me sigue dando mi aventura en la universidad. Por otra y respecto a lo que veo alrededor, a idas y venidas, relaciones que empiezan o acaban, historias jodidas o fantásticas, me sobran cosas que contar, pero tengo la sensación de repetirme continuamente, como si al fin y al cabo hubiera media docena de patrones en las relaciones personales y de una manera u otra, todos termináramos pasando por el mismo aro.

Uno de los más llamativos es el síndrome de la camisa amarilla o ese efecto que suelen sufrir los hombres entre los cuarenta y los cincuenta, que empieza con una preocupación repentina por su físico y termina con un rollo con otra que no es su mujer. Lo que de verdad me alucina de este asunto es que todavía hay mujeres encantadas de la vida cuando de repente sus parejas, que no pisan un gimnasio desde que terminaron la mili o no se han molestado en la ropa que se ponían en sus 45 años de vida, dejan de comer pan y aparecen con una bolsa de Massimo Dutti. Y ellas, entusiasmadas con lo estupendo que se está poniendo.. Y tu, mordiéndote la lengua para no decirles, "¿pero no te das cuenta, tarada, de lo que está pasando?".

Y es que no falla. O hay un susto médico de por medio o el tío que se empieza a poner en forma pasados los 40 es porque está picando en otro huerto. O tiene intención de hacerlo.

Por otra parte es curioso como, en el caso de las mujeres, suele ser distinto. No empezamos un cambio de look porque haya un posible rollo a la vista, sino por nosotras mismas. De repente un día te miras en el espejo y no reconoces a la mujer que ves al otro lado. En algún momento de los últimos años has perdido a la mujer que eras y no te has dado cuenta de cuando ni como ha ocurrido. A veces, es demasiado tarde y no hay vuelta atrás, pero otras, tiene lugar una especie de milagro en forma de resurrección tan gloriosa que debería contarse en las iglesias. Y no es por nadie, es por nosotras. Y eso es lo fantástico del milagro, o mejor dicho, ese es el milagro.

Será cosa de la edad, pero últimamente me veo rodeada de esas mujeres gloriosas que un día deciden que los zapatos no tienen que ser cómodos sino bonitos, que un vestido rojo levanta hasta el ánimo del más hundido y que si no nos cuidamos nosotras, ¿quien va a hacerlo?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tema interesante. En una ocasión un hombre me dijo que hay mujeres que nos vestimos para gustar a otras mujeres, entre las que supongo está ella misma y las que se visten para gustar a los hombres.
La diferente actitud de hombres y mujeres en el gimnasio también da para escribir mucho.
Últimamente me he dado cuenta que cuido poco mi imagen, sobre todo en casa, él tampoco y eso supongo que también acaba pasando factura, a lo mejor hoy es un buen día para cambiar el chaldal estirado por un pijama con alguna transparencia ¿se quitará él la camiseta estirada de Hommer?
Porras