miércoles, 8 de junio de 2011

PASTILLAS PARA SER FELIZ




Desde 2005, el consumo de antidepresivos se ha incrementado en un 30%. No lo digo yo, lo han dicho esta mañana en el  XXI Congreso de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria. Pastillas para ser felíz. ¿Quien cantaba eso? Dicen también los que han hecho el estudio que ahora la tolerancia al sufrimiento es menor y que da la impresión de que algunos pacientes acuden al médico para que éste solucione sus problemas con una pastilla. Y los médicos, recetan.

A mi las pastillas no me van mucho, prefiero el streaptease. El streaptease emocional. El de llamar a mis médicos de cabecera, disponibles casi 24 horas al día para darles la chapa y dejar que me consuelen (por cierto, gracias Mariví, Luis, Florencio... que no os cito nunca pero os quiero muchísimo y os agradezco de verdad esas sesiones de pajas mentales que me aguantais tan a menudo). Y parecerá una chorrada, pero a mí, me funciona. Supongo que luego ellos dispararán el consumo de ibuprofenos para librarse del dolor de cabeza.

Me funciona hablar y me funciona irme de viaje. Es increible como te subes a un coche y todo cambia. Sin tener que ir lejos. Solo un centenar de kilómetos, a ver piedras, a comer bien, a respirar... Y si es más lejos como este fin de semana en Milán y con el buen rollo de Pilar ¿para que hablar?

Si la cosa está chunga y estoy jodida de verdad, lloro. Me voy a cine sola o veo en casa algún dramón. Es la excusa para soltar lastre. Me vale una peli o una novela y me vale un disco de Chavela Vargas, de Ismael Serrano y por supuesto, de Labordeta, responsable de mis míticas lloreras-purgas de cuando vivia en Salamanca o en Madrid y me sentía sola.

No estoy frivolizando. Hace años un buen amigo pasó una depresión gordísima que lo dejó hecho un verdadero trapo. Fue durísimo ver como la enfermedad lo dejaba hecho un guiñapo y no poder hacer nada por ayudarle. Gracias a Dios salió y lo hizo en una nueva ciudad, con un nuevo trabajo y también con  las pastillas acertadas. El decía que los humanos somos química. Y tenía razón, claro. Solo que me gusta pensar que a veces, cuando la enfermedad es soledad o simplemente que la vida se te come por los pies,  hay tratamientos alternativos.


PD1. Son las 18.40 de hoy miércoles y tendría que estar corrigiendo exámenes en vez de escribir el blog, escuchar discos viejos de El Último de la Fila o mirar por la ventana como ocho pisos más abajo, en la calle, un chica vestida de negro y con zapatos amarillos espera a alguien en la acera. Los zapatos, unos salones de charol con tacón altísimo brillan como si llevaran bombillas dentro. Es el error de haber puesto la mesa frente a la ventana, que el vuelo de cualquier mosquito me da una excusa para hacer otra cosa.

PD2. Esta mañana me han regalado un pañuelo de cuello con estampado tie-dye azul y rosa. Lo han hecho los niños de un colegio de educación especial con el que colaboramos en un proyecto educativo y me encanta. Por el cariño, por la ilusión y porque es, de verdad, precioso.

2 comentarios:

Ricardo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mixha Zizek dijo...

Gran verdad lo de las pastillas anti depress imposible no verlas o tenerlas cerca. Muchas personas las consumen como parte de su diario. Y no negaré que en una etpa de mi vida, un doctor me recetó pastillas para dormir. Cuando paso todo las dejé, no niego que a veces no duermo pero hago ejercicio u otra cosa y al final me duermo, besos


una entrada muy interesante

te sigo y te pongo en mi lista