
Los periodistas tenemos una serie de chistes, comunes en toda la profesión, sobre las encuestas absurdas con las que, por otra parte, llenamos programas y páginas cuando llega el verano. Las favoritas, además de las electorales, claro, las relacionadas con la cerveza y el sexo. De estas últimas es la que publica el Instituto Kinsey de Investigación en Sexo, Género y Reproducción de la Universidad de Indiana (EEUU), que debe ser algo así como el Instituto Mariano de Pensilvania que es el que sale en los chistes.
El caso es que según este presunto estudio realizado entre más de mil parejas con 25 años de vida en común y de varios países, pasados los 50, ellas quieren sexo salvaje y ellos, mimos. Si, mimos. Abrazos, caricias, masajes... y poco meneo. O sea, la imagen habitual de la señora aburrida de su marido y el marido buscando fuera a la treinteañera, a hacer puñetas. A no ser, claro está, que la encuesta se haya ceñido estrictamente al hogar conyugal y el marido quiera mimos porque el sexo lo tenga fuera y la mujer quiera sexo precisamente porque es lo que le falta. ¿Que es una interpretación muy retorcida? Pues igual. ¿Que todo el mundo miente en las encuestas? Pues seguro. ¿Que esto suena un poco raro? Sin duda.
Mi madre se caso a los 23 y nueve meses después, nací yo. Mi padre fue su único novio y aunque nunca se lo he preguntado, supongo que se casó virgen. El dia de su boda mi padre tenía 25 años y unos cuantos noviazgos de prueba en su curriculum sentimental. Cuenta que un día vio pasar a mi madre por la calle y simplemente, supo que era ella. La mujer de su vida. 40 años después, siguen juntos, se quieren, se necesitan y parecen muy felices.
Si a los 23 años me dicen que tenía que casarme y para toda la vida. habría echado a correr. Hoy, a los 40, sigo pensado lo mismo. A los 23, recién salida de la universidad, buscaba pasarlo bien sin demasiados compromisos. A los 33 quería que él me quisiera para siempre. A los 40 no se muy bien lo que quiero. O sí. Se que lo que quiero ahora no será lo que quiera a los 50 ni a los 60 ni, por supuesto, a los 80.
La generación de mi abuela fue educada para aguantar. La de mi madre para resistir sin despeinarse todos los cambios que les venían encima. Y la mía, empiezo a temerme, es la que va a descubrir que tener tantas opciones, no siempre es bueno.