
Al hilo de las denuncias por la presunta huelga de celo de la policía a la hora de pedir la documentación a inmigrantes, El Intermedio del Gran Wyoming dio una vuelta de tuerca más que interesante. Con la tesis de partida de que los españoles no somos racistas sino clasistas, envió a un equipo a preguntar en la zona pija de Madrid a personas con aspecto de extranjeros trajeados o resguardadas por abrigos de piel, si en algún momento se habían sentido acosadas por las fuerzas de seguridad. Por supuesto, a todos les habían tratado estupendamente.
A nadie se le escapa que para casi todo el mundo no es lo mismo tener por vecino un gitano dedicado a la chatarra que a Joaquín Cortés o Antonio Carmona, que parece que cuando los futbolistas llegados de cualquier país africano firman fichajes millonarios pierden automáticamente la nacionalidad y hasta el color de piel o que cuando en Marbella aparecen los jeques del petróleo, el pueblo entero les hace la ola.
Tanto tienes, tanto parece que vales. Algo que en realidad y salvando las distancias que hay entre una injusticia y una anécdota, nos ha pasado a casi todos en alguna ocasión. ¿Quién, al entrar en una tienda de ropa de lujo vestida con vaqueros de H&M y sandalias no ha sentido como le miraban con la ceja levantada esas dependientas de diseño? Posiblemente tengan un sueldo de miseria y vivan en una barriada a más de una hora en metro del centro, pero se permiten juzgarte solo porque no vistes como ellas piensan que deberías vestir. Y entonces piensas en lo que sería si además fueras de otra raza o tuvieras cualquier minusvalía física.
Hace muchos años vi una película en televisión que no he conseguido volver a encontrar. No recuerdo director ni título. Solo que contaba la historia de un hombre al sur de África que un día descubre lo injusto que es pasar hambre y ver morir a tus hijos mientras en Europa derrochamos sin fin. Decide llegar andando al Edén que para él es occidente y mientras sube, caminando, hacia el Mediterráneo, decenas y decenas de personas que no tienen nada que perder se van sumando a su viaje.
La imagen final, que nunca he conseguido sacarme de la cabeza, muestra a centenares de personas, sin nada, en una playa de Marruecos esperando para dar el salto mientras al otro lado se dibujan las costas de España.