De vez en cuando y si la rutina del día a día me lo permite, intento trasladar alguna de las reuniones de trabajo a cualquier cafetería del centro. Con la excusa de quedar en un sitio que vaya bien a todas las partes, salgo del despacho, cambio un poco el chip y sobre todo, disfruto a lo bestia de una imagen, la de la ciudad por las mañanas, a la que normalmente no tengo acceso.
Amas de casa con carritos, jubilados sentados a la sombra en los bancos, grupos de turistas cargados de cámaras hacia el Pilar...
Hoy el lujo ha sido trasladar una reunión con un promotor musical no solo al centro, sino a una terraza. Y ahí, entre anécdotas, café y un cierzo suave que ha bajado hasta cinco grados la temperatura respecto a los días que hemos dejado atrás, me ha caído de golpe encima la conciencia del verano laboral. Los correos que se reducen a la mitad, el teléfono que apenas suena en toda la mañana y esas tardes tontas en las que estás porque tienes que estar.....
Siempre me han gustado los veranos de ciudad. El ambiente relajado en el trabajo, las siestas si hay ocasión, los cines casi vacíos, las tiendas a tu disposición y las terrazas al anochecer. Mis vacaciones son siempre de viajes fuera, machaques de caminatas y museos, pero hasta que lleguen, en agosto, disfruto de esta previa que son los veranos de ciudad.
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1 comentario:
Hummmm, tal como lo explicas, dan ganas de venir a una de esas reuniones...aunque sean de trabajo.
Pero por el momento, me voy a quedar en mi playita y mi chiringuito jejeje. Alguna ventajilla de estar en el paro...
Feliz verano María.
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