viernes, 28 de diciembre de 2007

Bienaventurados los que...

... creen en las segundas oportunidades, y en las terceras y en las cuartas... Y nos hacen creer a los demás.




Si mi amiga ***** (se está pensando el alias con el que quiere aparecer) fuera creyente, posiblemente habría comenzado ya los trámites para pedir la canonización de mi queridisimo Robin Hood y andaría buscando billetes de avión para peregrinar al Vaticano e inciar nuestra propia cruzada. Y yo, aunque parte interesada en esta historia, no podría menos que sumarme a la causa.

Cachondeos aparte, Robin Hood es una de esas personas con las que una tiene la fortuna de encontrarse alguna vez en la vida y que tienen la virtud de reconciliarnos con el género humano. Es curioso, porque por su trabajo y por su vida, ha peleado en guerras que los demás ni siquiera nos habríamos atrevido a imaginar en la sala oscura de un cine y sin embargo... Sin embargo sigue regalándonos a los que vivimos a su alrededor su generosidad inagotable.

Una muestra de ésta es precisamente la clave de una de sus teorias favoritas: la de la Segunda Oportunidad. Básicamente, lo que postula es que antes de comprometerse en una primera cita hay que asegurar la segunda, porque es ahí donde puede estar la clave de la cuestión. Él explica que a una primera cita vamos siempre tan presionados que es imposible que seamos nosotros mismos, y por querer impresionar, nos pasamos de pedantes, graciosillos o cursis. Sin embargo, en un segundo encuentro ya existe la confianza suficiente como para relajarnos y ser un poquito más, nosotros mismos.

Claro, esta teoría choca frontalmente con los que militan en el Partido del Flechazo, un partido por cierto, compuesto básicamente por inmaduros, vírgenes en el más amplio sentido de la palabra y algún que otro despistao al que la vida todavía no le ha bandeado lo suficiente. ¿Que me estoy pasando? Tal vez, pero el que a nuestra edad siga creyendo en el flechazo, o ha tenido mucha suerte en la vida o a sus 42 sigue esperando lo que posiblemente nunca termine de llegar.

Pero incluso aún en el caso hipotético de que se de la circunstancia extrañísima de que el individuo que acabamos de conocer sea lo que parece y que después de una segunda y aún una tercera cita nos siga gustando, despues de constatar que estamos dispuestar a irnos con él un puente entero a un hotel rural al fondo de Guadalajara donde no hay nada que hacer salvo lo obvio, aun así, todavía queda la prueba trascendental.

Imaginais cual es? Pues si, habeis acertado. La del ronquido!

Pero el desarrollo queda para un capítulo 2.

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