lunes, 31 de marzo de 2008


UNA CUESTION DE VALOR




A pesar del cierzo, me empeño en inaugurar el horario de verano y quedo con F. en el Continental. Llega estupendo, con su barba nueva que aunque él no lo crea le da un punto intelectual y canalla muy interesante. Lo conocí al poco tiempo de llegar a vivir aqui y aunque tiene una carrera más que brillante en su profesión, siempre he pensado que con él se ha perdido un gran periodista. F. es una de esas personas excepcionales que te levanta el ánimo aún en los peores momentos y como además nos movemos en el mismo ambiente, practicamos el noble arte del cotilleo político y laboral.

Me cuenta que uno de sus amigos de siempre ha decidido casarse a los 40. El tema no tendria nada de peculiar, si no fuera porque la novia le saca, al parecer, una docena de años. Y digo al parecer porque ambos están ocupados y preocupados intentando que la diferencia de edad no trascienda. Batalla perdida en una ciudad, la que viven, de poco más de 20.000 habitantes y en la que todo el mundo conoce a todo el mundo. Una ciudad en la que cualquiera puede permitirse opinar sobre cualquiera.

Durante un tiempo salí con un hombre 17 años mayor que yo. Estaba tan enamorada que creía firmemente que la diferencia de edad no importaba, que todo sería fantástico por mucho que los años fueran pasando. El, claro, veía las cosas de otra manera, sobre todo cada vez que asomaban los fantasmas que no dejaban de preguntar... ¿que será de nosotros dentro de 20 años?

Sin entrar en la hipocresía obvia que juzga duramente a las mujeres que comparten su vida con hombres más jovenes mientras alaba a aquellos que se pasean acompañados de las que podrían ser sus hijas, si es cierto que una pareja con una diferencia de edad considerable supone un ejercicio de fe y generosidad enorme. En primer lugar porque el salto generacional existe y hay momentos en que se hace especialmente patente. En segundo lugar porque por muy bien que uno lleve sus años, la física es la física y tarde o temprano termina pasando cuentas. Y en último lugar, porque cuando amas a alguien, cuando has compartido tu vida con alguien a quien quieres profundamente, tiene que ser terrible ver que tiempo se le termina mientras tu, por lógica matemática, tienes muchos años todavía por delante...

Es una cuestión de valor. Pero no para decir publicamente los años que les separan, sino para afrontar una brecha que conforme el tiempo pase será cada vez más grande.
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