jueves, 7 de agosto de 2008

IMPERFECTOS

No puedo evitarlo. Me pasa lo mismo con Shakespeare, Carlos Gardel y a veces hasta Pablo Milanés, que me sacan el lado cursi-exaltado y me veo como aquella tía de mi padre que cuando el alzamiento de Galán y García se paseó por las calles de Jaca enarbolando una bandera republicana con una pistola al cinto.

Sin llegar al extremo de intentar convencer a golpe de revolver a los que apuestan por la idealización romántica frente a la realidad cotidiana del amor, si me gustaría volver sobre ese comentario que defiende el amor platónico frente a la posibilidad, mas que probable, de estrellarnos al descubrir que el objeto de nuestro deseo no es tan ideal como pensamos. O tal vez no.

Porque lo bueno que tiene el amor es que cambia, evoluciona y sobre todo se adapta. Hasta el punto de que tú, que te enamoraste de esos abdominales de anuncio de Calvin Klein, con el paso de los meses descubres que esta nueva barriguita fruto de las cenas románticas y las cervezas que os tomais juntos y sobre todo del tiempo que ha dejado de emplear en el gimnasio para dedicarlo a estar contigo, es mucho más acogedora y dulce. O que ese tipo tan seguro que siempre sabía como resolverlo todo, también tiene dudas y miedos y que es en esos momentos cuando más te necesita.

Hay quien piensa que en realidad cuando nos enamoramos de verdad de alguien, lo hacemos de sus defectos, de esos que le convierten en alguien humano, más cercano y vulnerable. Somos imperfectos y eso nos hace únicos y especiales. Afortunadamene, claro.

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