Justo en el día en que los periódicos publican la foto de Sharon Stone con su nuevo novio, al que aritméticamente duplica la edad (50/25) y se sigue debatiendo en los programas del corazón sobre el poco creíble matrimonio de la duquesa de Alba con su secretario, treinta años más joven, el Instituto Nacional de Estadística confirma que 2.644 españoles, un 0,6% de los que se casaron en 2006, lo hicieron con parejas al menos 20 años más jóvenes.
De ellos, más de nueve de cada diez, fueron hombres maduros casados con chicas jóvenes y los datos indican que los matrimonios entre parejas con amplia diferencia de edad se han duplicado en los últimos diez años en España, a pesar de las miradas y los comentarios mordaces. Y es que pese a la censura social que sin duda pende sobre las parejas con edades dispares, cuando uno se enamora de verdad no pregunta profesión ni ingresos ni mucho menos fecha de nacimiento.
Lo se porque lo he vivido. Durante más de tres años compartí mi vida con un hombre casi 20 años mayor que yo. Os puedo asegurar que yo no buscaba en él el sustituto a una figura paterna ausente (afortunadamente mi padre sigue ahí, como ha estado siempre) y él estaba muy lejos de ser un viejo verde. De hecho, era un hombre excepcional en el mejor momento de su vida. Simplemente pasó. Contra toda lógica.
Supongo que si él opinara sobre todo esto su visión sería distinta, pero para mí, durante todos esos meses que él casi pudiera ser mi padre fue algo anecdótico en una relación en la que puestos a mirar friamente, la diferencia de edad fue uno de los pocos problemas que no tuvimos.
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Sí es cierto que de vez en cuando me podía la angustia de saber que necesariamente y si la historia se perpetuaba durante años y años, el tiempo correría en nuestra contra y que sus minutos y sus días siempre serían más rápidos que los míos. Y así, sentía una angustia asfixiante como pocas veces he vuelto a sentir. La angustia de saber lo que estaba por vernir, del dolor de prever el tiempo que me sería negado en un futuro. La vida sin él.
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Al final, no pudo ser. El siguió su camino y yo el mío. Y ahora, cuando leo los sesudos análisis de los psicólogos que buscan explicaciones a esas historias de amor con 20 años de diferencia, pienso que no la hay, que simplemente el amor es así y me felicito al pensar que quizá fui una de esas personas bendecidas con la experiencia de un amor fuera de lógica. De la lógica, claro está, de los que se permiten juzgar y condenar sin saber siquiera de qué están hablando.
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2 comentarios:
Siempre nos mostramos muy escépticos ante las parejas con gran diferencia de edad, es inevitable pensar que uno de los dos busca algo en el otro de lo que aprovecharse (su cuerpo, su dinero...) sin embargo, y aunque no ha sido mi caso, sí he tenido la ocasión de conocer a alguna de estas parejas y poder ver que a veces el amor es el que manda contra toda regla social...
Yo tengo la teoría de que la edad no existe...
Ayer mismo ví "Elegí" de Coixes sobre el mismo tema...
¿Quién puede decir que va a ser el primero en morir? Nadie lo sabe, aunque la ley de vida nos diga otra cosa
La vida se encarga de sosprendernos y no hay que preocuparse por cosas que aun no han pasado...
Besos
Amparito
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