Hay hombres capaces de salvarte la vida.
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Así, como suena. Aparecen de repente, cuando menos te lo esperas y se convierten sin pensarlo en la tabla a la que ni siquiera tienes que aferrarte, porque ellos, no se de que manera, se colocan debajo y simplemente te sujetan para que flotes. Y flotando, flotando, consigues llegar a buen puerto.
El primer hombre-salvavidas que yo conocí rescató de una situación atróz a una muy buena amiga. Profesional brillante, había dedicado casi toda su vida a cimentar una carrera que de repente se vino abajo. Como ocurre en ocasiones midió mal sus fuerzas, echo un pulso a quien no debía y ahí no le sirvieron masters ni exitos ni contactos. Perdió y se fue a la calle. Ella pensaba que con un curriculum como el suyo le lloverían las ofertas. Pero volvió a calcular mal. Paso dos años buscando empleo y cuando ya no pudo más, volvió a empezar de cero.
Y en esa época terrible de esperanzas y decepciones apareció él. Y durante más de dos años terribles la mantuvo a flote luchando día a día contra corrientes que los arrastraban a ambos al fondo, sin desfallecer nunca, sosteniendola en todo momento.
Cuando yo lo conocí estaban en la mitad de esa batalla. Aunque manteníamos la comunicación fluida, al vivir en ciudades distintas hacía al menos dos años que no nos veíamos y al reencontrarnos me costó reconocer a la mujer que yo recordaba. Luego llegó él, tan opuesto al tipo de hombre por el que ella siempre había apostado, con esa imagen física tan rotunda de hombre de gimnasio diario con músculos de atleta... y yo pensé "Dios mío, que hace con un tipo así?".
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Hasta que empezó a hablar. Y yo desee con todas mis fuerzas que alguien, alguna vez, me quisiera solo la décima parte de lo que él la estaba queriendo entonces. Y cada vez que lo recuerdo, sigo sintiendo la punzada pequeñita de una envidia que es sobre todo gratitud cuando veo que han pasado varios años, que ella vuelve a ser la que fue y que los dos, siguen juntos y felices.
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