.Foto de Manuel.
Hubo una época en mi vida en que cogía un tren en Zaragoza para llegar a Barajas y de ahí, volar a Málaga. Pocos días después, emprendía el camino de regreso empalmando de nuevo trenes, aviones y autobuses.
Quizá por eso, porque la mayor parte de mi vida sentimental ha viajado en maletas de aqui para allá, odio tanto los domingo por la tarde. Domingos de despedidas, de lluvias, de estaciones y aeropuertos. Domingos que volvían a poner el calendario en marcha hacia un nuevo encuentro. Domingos de viajar sola.
Hace un par de días me llamó una de mis mejores amigas. La empresa en que trabaja su pareja, lo ha enviado a un país asiático y ella, después de mucho pensarlo, ha decidido no seguirle. Y yo intento imaginar lo dura que habrá sido tomar esa decisión tan valiente.
Porque nosotras somos la generación de mujeres que está dibujando los nuevos mapas de ruta. Somos las que peleamos en el instituto por una buena nota que nos permitiera ir a la mejor universidad, las que terminamos y nos pagamos un máster currando, las que enlazábamos jornadas diez u once horas diarias en un trabajo mal pagado, las que desechamos unos cuantos pretendientes buscando el hombre perfecto, las que cumplimos los 35 sin haber podido siquiera pensar ser madres.
Y ahora, cuando hemos dado con el hombre perfecto, cuando tenemos la casa ideal y podemos pagarla, cuando disfrutamos de una carrera profesional y un trabajo que por fin nos gusta y nos permite vivir como queríamos... la vida nos pone entre la espada y la pared.
Intento ponerme en su lugar y solo plantear la pregunta ya me ahoga. ¿Que habría hecho yo en su lugar? ¿Pareja o carrera?
Sinceramente, no quiero ni pensarlo. No hasta que no me toque.
Hubo una época en mi vida en que cada viernes, a las doce de la noche, subía a un autobús en Madrid para amanecer la mañana del sábado en Barcelona. El domingo por la noche, emprendía el viaje de vuelta a tiempo de estar a las ocho de la mañana en el trabajo.
Hubo una época en mi vida en que cogía un tren en Zaragoza para llegar a Barajas y de ahí, volar a Málaga. Pocos días después, emprendía el camino de regreso empalmando de nuevo trenes, aviones y autobuses.
Quizá por eso, porque la mayor parte de mi vida sentimental ha viajado en maletas de aqui para allá, odio tanto los domingo por la tarde. Domingos de despedidas, de lluvias, de estaciones y aeropuertos. Domingos que volvían a poner el calendario en marcha hacia un nuevo encuentro. Domingos de viajar sola.
Hace un par de días me llamó una de mis mejores amigas. La empresa en que trabaja su pareja, lo ha enviado a un país asiático y ella, después de mucho pensarlo, ha decidido no seguirle. Y yo intento imaginar lo dura que habrá sido tomar esa decisión tan valiente.
Porque nosotras somos la generación de mujeres que está dibujando los nuevos mapas de ruta. Somos las que peleamos en el instituto por una buena nota que nos permitiera ir a la mejor universidad, las que terminamos y nos pagamos un máster currando, las que enlazábamos jornadas diez u once horas diarias en un trabajo mal pagado, las que desechamos unos cuantos pretendientes buscando el hombre perfecto, las que cumplimos los 35 sin haber podido siquiera pensar ser madres.
Y ahora, cuando hemos dado con el hombre perfecto, cuando tenemos la casa ideal y podemos pagarla, cuando disfrutamos de una carrera profesional y un trabajo que por fin nos gusta y nos permite vivir como queríamos... la vida nos pone entre la espada y la pared.
Intento ponerme en su lugar y solo plantear la pregunta ya me ahoga. ¿Que habría hecho yo en su lugar? ¿Pareja o carrera?
Sinceramente, no quiero ni pensarlo. No hasta que no me toque.
2 comentarios:
Llego aquí desde el blog de Toño, me ha gustado mucho tu reflexión.
Un saludo.
Ana
es muy trise!creeis que lo tenéis todo pero no tenéis nada. Lo verdaderamente importante no tiene precio ni condicion.
una pena os estáis perdiendo un mundo.
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