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Lo siento por la Cenicienta, pero siempre he pensado que para que una relación funcione con éxito tiene que establecerse a partir de un equilibrio de fuerzas básico que permita que las dos partes se miren de igual a igual. Aún a riesgo de que los defensores a ultranza del romanticismo se líen a tirarme piedras admito públicamente que me cuesta mucho creer que si no existen similares condiciones profesionales, económicas y emocionales entre los dos, cuaquier historia vaya a funcionar.
Los mecanismos del deseo son tan extraños que en ocasiones propician combinaciones absurdas.
En una noche tonta el príncipe se prenda de la chica en un baile sin apenas conocerla (no solo pasa en los cuentos, recordar otro príncipe de la vida real que encontró a la suya en la pantalla de un televisor) e inicia una búsqueda loca en post de la Cenicienta que él ha imaginado. Como está modorro perdido, no ve mas allá que una rubia en un vestido azul celeste. No sabe nada de ella, pero da igual, porque piensa que sus hormonas no pueden equivocarse. No importa que la chica no sea capaz de articular más de tres frases seguidas, que no tenga oficio ni beneficio o que sea dependiente emocional. El amor, piensa el príncipe, todo lo puede.
Mientras, la dulce Cenicienta se ha quedado epatada por el chaval. No solo vive en un pedazo de palacio, sino que anda por ahí buscándola en un coche estupendo y jura quererla de verdad. Ella, que tiene en casa el panorama que tiene, limpiando ceniza y aguantando las faenas de las hermanastras no se lo piensa más, y aunque intuye que el Príncipe es un inmaduro que no ha pegado un palo al agua en su vida, se deja llevar.
Y como pasa en los cuentos, se casan. Y empiezan a vivir juntos en un ala de palacio. Y al poco tiempo, el Principe descubre que Cenicienta es mas bien cortita de conversación y que no la puede llevar a ningún sitio y el furor inicial se va diluyendo. Ella, se aburre como una almeja en un mundo de fiestas que no es el suyo, ha cambiado a las hermanstras por una suegra que es como un ogro y pasa los días soñando con volver a ser una persona normal. El caso es que aunque el cuento no lo explica a los pocos meses, Cenicienta y el Príncipe apenas se hablan y aunque ella no tiene donde ir y él se resiste a admitir que se ha equivocado, terminan yendo a un abogado discreto que tramita un divorcio express.
Vale, principes hay un puñadito y Cenicientas, a montón. Pero si el Hola nos cuenta casi cada semana una historia como esta en cualquier corte europea, ¿cuantas no ocurrirán en el mundo real?
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