Me llama la atención un lector en el post anterior al indicar que en cuestiones de “relajación” del interés, la cuestión no está en el sexo, sino en la persona. Y tiene toda la razón. Sé que tiro piedras sobre mi tejado, pero admito que nosotras somos las primeras que muchas veces bajamos el nivel cuando parece que la plaza está ganada y todo comienza a rodar solo.
En este sentido recuerdo conversaciones entre amigos y amigas “desparejados” con los que hablábamos de la pereza que provoca a veces embarcarse en una nueva relación por el nivel de estrés que supone mantener lo que se supone que debe ser el nivel. Me acuerdo entonces de esas modelos estupendas que juran en las revistas que lo único que hacen para tener esa pinta es beber mucha agua y dormir ocho horas diarias, mientras nosotras, las fulanitas de a pié nos matamos de hambre, gastamos una pasta en cremas para casi cualquier parte del cuerpo y vivimos amarradas al calendario de depilación.
Con las relaciones pasa lo mismo. Que sí, que habrá algunos privilegiados de la naturaleza que sean sublimes 24 horas al día, que no tengan malos ratos, ni ronquen, ni suden cuando hace calor, pero me temo que los demás tenemos días buenos, malos y regulares, nos levantamos con pelos de bruja y sufrimos síndrome premenstrual. Y uno/a puede tratar de ocultarlo o disimularlo durante algunas semanas, pero al final, lo que hay es lo que hay. Y es entonces, cuando los príncipes y las princesas, pierden el brillo y empiezan a desteñir
Y todo esto viene a que a estas alturas, ando ya algo mosqueada porque pasan las semanas y el príncipe no solo no se convierte en rana, sino que cada día brilla más.
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