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Dice el Rocketón que los músicos (y él lo es), para componer buenas canciones tienen que estar pasando necesariamente momentos chungos. Y debe terner razón, porque las mejores canciones de la historia de la música son canciones de desamor.
Lo mismo ocurre en el cine y en la literatura. Las historias que tienen un punto trágico nos hacen llorar como locos y se convierten fácilmente en grandes películas. Las que terminan bien son calificadas inmediatamente de pastelones y pasan a la sobremesa de los sábados en televisión o a las estanterías del videoclub, donde las cogemos con la misma vergüenza que hace unos años se sacaban las pelis porno. Afortunadamente, internet ha venido en auxilio de los aficionados a unas y otras que ya pueden descargarselas en la intimidad de su ordenador sin sentirse como espaldas mojadas cruzando la frontera mexicana.
En la literatura el efecto es todavía más curioso. Las grandes heroínas literarias terminan siempre mal, fatal, y en caso de que no sea así, las condenan a contar su historia bajo una portada en dorados y pastel donde una chica guapísima generalmente vestida de gasas rosas soríe entre los brazos de un señor cachas y de piel morena que todas terminamos relacionando con el guardabosques que enseñó las cosas de la vida a Lady Chatterley. Por cierto, para los que me acusan de haber convertido este blog en una versión aragonesa de Sexo en Nueva York, os recuerdo que Charlotte terminó haciendo trabajar de más al jardinero de su suegra antes de divorciarse.
Sin embargo, cuentan los suplementos literarios que en los últimos tiempos se está dando un fenómeno extraño por el que mujeres independientes, profesionales, de éxito en definitiva, reclaman su derecho a leer novela rosa y ver películas románticas sin avergonzarse. Alegan que bastante dura es su vida real como para tragar una hora de metro cada mañana o llegar a casa tras doce horas de trabajo y además, sufrir con lo que leen. En cierto sentido, no deja de ser algo parecido a la revolución sexual, eso si, cambiando las axilas sin depilar por carísimos sujetadores de encaje y el sexo indiscriminado por el romanticismo.
Y os pregúntareis... ¿A dónde quiere llegar con todo esto?
Pues no es más que una reflexión matemática. Lo avisaba hace unas semanas. Yo no sé que está pasando, si es este tiempo raro de primavera en enero o que Belloch ha echado algo en el agua, pero estamos cayendo como moscas, hasta el punto que si esto sigue así, no van a quedar personas sin pareja en Zaragoza. Asi que queridos, iros poniendo las pilas, porque ante lo que se avecina, lo mejor es estar preparados. Ya sabes, si no puedes con el enemigo, únete a él.
Y el que avisa, no es traidor.
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