Hace algunos años, en EEUU, dos fotógrafos franceses se hicieron relativamente famosos al dedicarse a robar las bolsas de basura de los famosos y fotografiar su contenido. Con botellas de agua mineral vacías, envases de pizza y etiquetas de ropa componían una serie de bodegones a través de los cuales se permitían opinar sobre la forma de vida de las personas cuya basura fotografiaba. Si compraban cerveza de una marca popular, eran unos tacaños, si tiraban varias tarrinas de helado era porque pasaban una crisis amorosa y si consumían más productos frescos de lo habitual estaban sometidos a un dieta draconiana previa a su siguiente película.
Aquellas imágenes, fruto de la más elemental falta de respeto sobre la intimidad de las personas, llegaron incluso a venderse en galerías de arte y posiblemente hoy, hay quien tiene colgado sobre el sofá de su casa la foto de los deshechos de Mel Gibson.
Años después el atentado contra la vida privada de cualquiera de nosotros ya no se perpetra solo a través de potentes teleobjetivos o tras un seguimiento exhaustivo de sus salidas y entradas. Hoy, los paparazzi tienen como aliado a cualqueir tarado que con un teléfono móvil se dedique a peinar las playas buscando un famoso tumbado al sol.
¿De verdad tiene interés la imagen de una joven actriz de televisión a la que el biquini se le escapa en un movimiento brusco? ¿En serio vende más revistas la foto borrosa de un presentador cualquier haciendo la compra en el Carrefour?
Muchas veces me he preguntado como soportan los personajes populares esa presión constante, ese saber que cada paso que das va a ser fotografiado, que tu forma de vestir o de peinarte va a estar en boca de cualquiera, que una cena inocente con cualquier persona va a ser interpretado de forma interesada.
Los que justifican este acoso alegan que es el precio de la fama, de la popularidad que les proporciona una vida regalada con muy poco esfuerzo. No estoy de acuerdo. Por encima de todo debería estar el derecho inalienable a salir de casa como, cuando y con quien se quiera y sin que el vecino esté esperando con la cámara preparada para vender la foto...
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