Publicaba el pasado domingo el diario EL PAIS un reportaje sobre los cambios que la crisis está provocando en el mundo de la prostitución. En resumen venía a contar que los precios habían sufrido un desplome significativo de manera que la prostitución de lujo ya no lo era tanto y la otra os podeis imaginar. Apuntaba además, que cada vez más mujeres españolas desembarcaban en un terreno que en los útlimos años había estado copado por las extranjeras. Necesidad obliga.
Hace algunos años conocí a una chica que se dedicaba a la prostitución al más alto nivel. Habia sido miss en su provincia y como todas, quería convertirse en modelo en Madrid. Comenzó acudiendo a fiestas con vestiditos de Zara. Esas fiestas se conviritieron en celebraciones privadas en las que el traje ya era de firma y prestado por la agencia que la representaba. Y de ahí a prestar "servicios especiales" el camino fue muy corto.
Había ido al colegio en Bilbao con la amiga con la que yo compartía piso en Madrid y de vez en cuando aparecía por casa, siempre a dieta, siempre impecable, siempre pendiente del teléfono y siempre esperando aquella sesión de fotos que nunca terminaba de llegar mientras nosotras aún andábamos acarreando libros en el metro camino de la Universidad.
No se que habrá sido de ella. Si fue lista, si tuvo suerte, posiblemente todo aquello no sea ya más que un recuerdo borroso del que nunca hable con el que hoy sea el marido que la mantenga. O puede que si, puede que él sea un tipejo que cada vez que quiera algo de ella saque a ventirlar los trapos sucios, sucísimos de aquella época. O quizá ni siquiera eso, quizá a terminado siendo una de esas chicas del club cuyo cartel reproduce el reportaje y que cuestan, servicio completo más cerveza, veinte euros. Veinte euros. Veinte euros...
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