Hace tres años, cuando vine a vivir aquí, cambié mi puntito amarillo de catorce años y ningún problema por un coche decente, que al menos, tuviera aire acondicionado y me permitiera pasar de 140 sin ir de extremo a extremo de la autovía.
El lunes, previendo la que se avecinaba, comí con horario francés y me lancé a la carretera dispuesta a ser más lista que nadie y dejar atrás a toda la turistada que bajaba de las estaciones de esquí.
A los 20 kilómetros, noté que el coche empezaba a flojear. Pisaba a fondo y aquello no se revolucionaba. En la primera cuesta, en plena caravana ya, el pobre coche iba más ahogado que yo misma por las cuestas de Toledo y a duras penas pude llegar a una gasolinera. Ahí dijo, no puedo más.
Así que ahí estaba yo, como una gilipollas madre. En plena operación retorno, parada en medio de una gasolinera con un coche lleno de verduras y botellas de vino de la huerta paterna, rosquillas y bizcochos de mi madre y que se negaba a dar un paso más. Llamé a mi asistente automovilístico (Papá otra vez, ¿Qué pasa?) y raudo y veloz acudió al rescate.
Antes, cuando se paraba el coche, se apretaban tres tuercas o se hacía un apaño con el cinturón y aquello andaba. Ahora, o lo conectas a un ordenador o no hay dios quien lo mueva. Así que mi santo padre se ofreció a acercarme a la primera ciudad civilizada para coger un tren o un autobús.
Aún no habíamos avanzado 10 kilómetros cuando nos dimos de frente con el caos más absoluto. Cientos y cientos de coches parados en pleno puerto, kilómetros y kilómetros de retención.
Tuvimos la buena suerte de llegar al atasco justo en la última salida posible antes de entrar definitivamente en el puerto, así que viendo el panorama aprovechamos la primera oportunidad para volver a casa y esperar pacientemente. A las once de la noche, el colapso continuaba. Recorrer 40 kilómetros les costó a algunos más de cinco horas, mientras decenas de coches quedaban muertos en los arcenes con el embrague destrozado.
Esta mañana he madrugado un poco más y he bajado tranquilamente dormitando en el autobús por un carretera vacía, mientras pensaba que hubiera pasado si en vez de dejarme tirada en la gasolinera, el coche decide no andar más en pleno puerto, si en vez de llegar al atasco en el punto justo donde había una salida, lo hubiéramos hecho minutos antes o minutos después…
Así que he pensado llamar a la DGT y ofrecerles que subcontraten a mi angelito. Pero bien pensado, con lo que ha currado el pobre, mejor dejarlo descansar…
7 comentarios:
Desde luego que dentro de lo malo has tenido una suerte increible, así que conserva ese angelito de la guarda mucho tiempo, que el tuyo funciona.
Cierto lo del Ángel de la Guarda, vaya que si funciona...
Ni se te ocurra venderlo, loca!!!
rézale, sácale brillo y hazle mimitos, que se lo ha currao...
Nos alegra que estés sana y salva
Ampa
si te pasas por mi sitio, te he dejado un recadito... si te apetece.
Beso grande.
Sip, ya lo cuido, ya. Un huevo lo cuido al angelito...
Ahora me paso. Un abrazo
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